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Las dificultades de aprender y educar en tiempos del COVID-19

Por: Mariluz Salgado*, FUNIDES | 19 junio, 2020

La enfermedad por coronavirus declarada pandemia global por la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2020) ha cambiado la dinámica mundial, incluyendo el funcionamiento de los sistemas de educación. Frente a la emergencia de salud, los sistemas educativos han tomado acciones para frenar el crecimiento de la curva de contagios (Elacqua & Schady, 2020).

A nivel mundial, más de 160 países han mandatado el cierre de centros escolares (Banco Mundial, 2020). Más de un billón de estudiantes han sido afectados con la suspensión de clases presenciales en dos niveles: nacional y localizado, esto equivale al 62.3 por ciento de la población estudiantil activa (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [UNESCO], 2020a).

Respecto a América Latina y el Caribe, alrededor de 159 millones de niños, niñas y adolescentes equivalentes al 95.0 por ciento de estudiantes matriculados se han visto afectados (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF], 2020). Nicaragua es el único país de la región que no ha cerrado sus escuelas de forma oficial (UNESCO, 2020a).

Con la mayoría de las escuelas cerradas, las medidas implementadas para asegurar la continuidad educativa se han diferenciado en la región en dependencia de la infraestructura tecnológica previamente instalada. De hecho, la mayoría de países no contaba con las herramientas necesarias para desarrollar procesos de aprendizaje a distancia (Álvarez et al., 2020). En este sentido, un poco más de la mitad de los (as) niños (as) de educación primaria tienen acceso a internet y en el caso de los adolescentes de educación secundaria esta tasa asciende a 81 por ciento (Comisión Económica para América Latina y el Caribe [CEPAL], 2019). En este contexto, el uso de tecnologías tradicionales como radio y la televisión también han cobrado relevancia debido a su mayor alcance en la región (Dreesen et al., 2020).

Efectos de la pandemia sobre el sistema educativo

Las medidas rigurosas de prevención y contención del COVID-19 han impuesto diversos retos para la provisión de la educación a la niñez, los adolescentes y jóvenes en general. Como primer reto, se tiene el asegurar la continuidad del aprendizaje a distancia. Si bien el cierre de escuelas ha acelerado la adopción de mecanismos digitales en el entorno educativo, la brecha digital preexistente limita la facilidad y rapidez con la que los sistemas educativos adoptan estas nuevas formas de enseñanza y aprendizaje. Por ejemplo, apenas el 30 por ciento de la población nicaragüense contó con conexión móvil a internet en 2017 (CEPAL, 2020).  

La eficacia de los procesos de educación a distancia en la región es cuestionable, especialmente por la preparación docente para la transición hacia la virtualidad. CEPAL (2020) enfatiza que la falta de formación en tecnologías de información y comunicación (TICs) dificulta el aprovechamiento de los recursos tecnológicos para el seguimiento virtual de los estudiantes. Por otro lado, la evidencia previa a la pandemia del COVID-19 advierte que los docentes de la región carecen de conocimientos sobre prácticas de instrucción activas requeridas en ambientes virtuales[1] (Bruns & Luque, 2015).

Evidentemente, la interrupción del desenvolvimiento normal de las labores educativas influye sobre la eficacia de los servicios de educación. Desde antes del surgimiento de la pandemia, el Banco Mundial ha documentado una agudización de la pobreza de aprendizaje[2]. En 2019, esta institución concluyó que el 53 por ciento de niñas y niños residentes en países de ingreso bajo o medio sufren de pobreza del aprendizaje (Banco Mundial, 2019). Con la irrupción presencial de las actividades de enseñanza, es plausible que este porcentaje incremente en el futuro cercano.

Dado que los centros educativos juegan roles complementarios para los estudiantes en situación de vulnerabilidad socioeconómica, como el cuido y la alimentación, sus condiciones nutricionales y de bienestar también pueden verse mermadas por la irrupción de la presencialidad (Banco Mundial, 2020). Por otro lado, la actual pandemia restringe una mayor participación de los padres en el mercado laboral con afectaciones directas en las condiciones de vida de estas familias. Se calcula que aproximadamente 368.5 millones de niños alrededor de 143 países del mundo deben buscar fuentes alternativas de alimentación (Naciones Unidas, 2020).

A nivel regional, los centros escolares, además de asegurar el proceso educativo, funcionan como espacios de inclusión y retención para niños y jóvenes socialmente vulnerables. Frente a este escenario, el cierre prolongado de las escuelas y la desconexión de las relaciones estudiantes-docentes, dada las limitantes estructurales y de conectividad, puede provocar un aumento en las ya existentes tasas de deserción escolar (Saavedra, 2020; UNESCO, 2020a).  Según la evidencia, en el más crítico de los escenarios, podría incluso afectarse a largo plazo los niveles de competitividad nacional (Sanz, Sáinz & Capilla, 2020).

La falta de interacción social y el cierre prolongado de los centros escolares también impactan sobre el desarrollo socioemocional, cognitivo y físico de los (as) niños (as) y jóvenes. De acuerdo con Wang, Zhang, Zhao, Zhang y Jiang (2020), una mayor estadía en los hogares produce un incremento del peso, pérdida de la capacidad cardiorrespiratoria e incluso problemas de estrés postraumático tanto para los hijos como para sus padres. Cuando la asistencia a los centros de estudio se detiene prolongadamente por motivos extraordinarios, como la emergencia sanitaria actual, los niños están expuestos a un mayor riesgo de explotación, violencia y abuso (United Nations Children’s Fund [UNICEF], 2020). Lo anterior produce afectaciones a su bienestar y salud mental, especialmente para quienes se encuentran en países en conflicto, niños migrantes y refugiados (United Nations, 2020), reduciendo así su potencial de aprendizaje.

Respuestas regional e internacional ante la crisis

Bajo este escenario, los sistemas educativos nacionales en la región han implementado diversas estrategias con dos enfoques transversales: 1. asegurar la continuidad educativa; y 2. asegurar el bienestar físico y psicoemocional de niños y jóvenes, especialmente los que pertenecen a poblaciones vulnerables.

El primer grupo de estrategias responden a las nuevas necesidades educativas de los (as) docentes y estudiantes. Las mismas pretenden suavizar las brechas de aprendizaje que estarán presentes cuando se retomen las actividades presenciales (Sanz, Sáinz & Capilla, 2020; UNESCO, 2020). Estas medidas están mayormente referidas a diversos modelos de educación a distancia que combinan diversos dispositivos, recursos y niveles de conectividad (Álvarez, et al., 2020). 

Según la UNESCO (2020b), se han tomado -por mencionar algunas- las siguientes medidas en América Latina: En Venezuela, Ecuador y Costa Rica se implementaron estrategias nacionales en materia de apoyo y asistencia pedagógica. Por su parte, Brasil, México y El Salvador han dirigido los esfuerzos hacia la difusión de información a través de sus portales web. Argentina, Bolivia, y Colombia han logrado acordar la liberación de datos móviles en sus plataformas educativas. Por último, Paraguay, Guatemala, Bolivia, Panamá, y Perú, gracias a alianzas con sectores empresariales, cuentan con donaciones de empresas, que facilitan la asistencia tecnológica y la capacitación a docentes para el desarrollo de clases a distancia.

En el panorama internacional, las medidas para la continuidad educativa han seguido un rumbo similar, y los sistemas educativos han optado por estrategias de educación a distancia para atenuar los efectos del tiempo perdido. China, Italia, Francia y Alemania han pasado totalmente a la virtualidad, Vietnam y Mongolia se han inclinado al uso de teléfonos móviles y televisión y Bulgaria se ha movilizado para la creación de material digital (Azzi-Huck & Shmis, 2020).

Respecto al segundo grupo de estrategias, estas pretenden mitigar los efectos negativos del aislamiento social y la suspensión de las actividades económicas en el bienestar de los (as) niños (as) y jóvenes. La primera línea de acción está enfocada en la provisión de servicios de apoyo psicoemocional a través de actividades culturales y de recreación. La segunda línea de acción prioriza la transferencia directa de alimentos, bienes de primera necesidad e ingresos a las familias más vulnerables.

Entre los ejemplos de este segundo grupo de estrategias, se destacan las siguientes: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay proveen paquetes de alimentos directos a las familias. Por su parte, Argentina, Bolivia, Perú, República Dominicana y Panamá, además de la estrategia anterior, realizan transferencias de ingresos directas a los hogares. Finalmente, países como Argentina y República Dominicana han reenfocado los programas de asistencia alimenticia existentes antes de la pandemia. Un caso de particular interés es Paraguay, donde en lugar de transferencias directas de alimentos se ha provisto a las familias de insumos y apoyo técnicos para la formación de huertas (UNESCO ,2020b).

Conclusiones

En resumen, el cierre masivo de los centros educativos a causa de la pandemia del COVID-19 tiene efectos inmediatos sobre el bienestar físico, socioemocional y cognitivo de los (as) niños (as) y jóvenes. Por otro lado, la irrupción de la presencialidad tiene un alto potencial de agudizar la pobreza del aprendizaje y la deserción escolar, especialmente para las poblaciones más vulnerables.

A nivel regional se ha dado un trabajo conjunto y sincronizado por parte de: Estado, Sistema Educativo y Sector Empresarial, lo cual ha permitido continuar los procesos educativos de los (as) niños (as) y jóvenes de cara a la crisis experimentada en el marco de la pandemia del COVID-19. Sin embargo, se han identificado una serie de retos que limitan la efectividad de las estrategias de educación a distancia.

El escenario en Nicaragua dista del panorama regional, dado que el cierre de los centros escolares a nivel nacional no es una realidad. Las medidas de tomadas por el Gobierno para enfrentar la pandemia no han contemplado el cierre de las escuelas públicas, y la implementación de una modalidad de enseñanza a distancia; lo cual tiene efectos negativos en el acceso y la calidad de la educación que reciben los jóvenes en este contexto.


[1] Son prácticas se caracterizan por el uso de materiales didácticos vinculados a la tecnología de la información, lo cual permite captar la atención de los estudiantes. Ejemplo de ello, puede ser el uso de herramientas audiovisuales como videos instructivos (Bruns & Luque, 2015).

[2] Aproximada mediante la incapacidad mostrada por las niñas y niños de diez años para poder leer y comprender un texto simple.


*Colaboradora externa. Especialista en evaluación, educación y tecnología.


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